viernes, 26 de diciembre de 2014

Poeta ágrafo, músico, luthier y rezandero



  • David Moreno nos recibió en su casa los últimos días de septiembre de 2014. Su salud estaba muy deteriorada pero su energía y sentido del humor estaban intactos. Falleció 45 días después de darnos su testimonio, a causa de su terrible dolencia.


Aprendió solo, "mirando a los demás", a tocar y a fabricar arpas. A los 13 años ya era invitado a tocar al lado de los cantores llaneros más famosos y la adolescencia lo agarró acompañando como arpista a mitos de la música como Reyna Lucero, el Carrao de Palmarito, Eneas Perdomo, Sexagésimo Vásquez, Julio Miranda, José Francisco Montoya, Jesús Quintero y otros.
Esto de aprender sin maestro se debió a que los viejos luthiers a quienes veía trabajar no eran muy dados a compartir los secretos de la fabricación de instrumentos. “Eran muy delicados con su oficio, no les gustaba que los muchachos estuviéramos muy cerca agarrando las cosas o preguntando”. Así que su primera maestra en este arte fue su capacidad de observación y memorización.

Lo mismo ocurrió con su habilidad para tocar el arpa, instrumento complejo y multitonal que requiere de más concentración y sincronía que cualquier otro de estas latitudes. Disfrutando y observando con atención la destreza de los arpistas que pasaban por el pueblo fue adquiriendo las claves de la interpretación. Y se hizo adolescente mientras al mismo tiempo se convertía en niño virtuoso. Cuando ya era diestro y demostró ser capaz de acompañar a un conjunto el maestro Ramón Gaona le dio unas clases cruciales, y entonces ya nada pudo detenerlo en su deseo de ir a propagar la música llanera por varios estados.

Cuando tenía apenas 40 años la naturaleza le hizo una jugada terrible y lo puso a batallar contra la artritis degenerativa múltiple, enemiga que finalmente lo inhabilitó para seguir tocando. Perdida buena parte de sus habilidades para la interpretación se dedicó entonces a vender y reparar instrumentos, arte en el que también adquirió renombre. De eso vivió por varios años hasta que el avance indetenible de la dolencia le deformó a tal punto las manos que también le impidió terminar sus últimas arpas, unas piezas renombradas y cotizadas en todo el llano de Colombia y Venezuela.

Desde principios de 2014 debe permanecer casi todo el tiempo echado en una cama, con las articulaciones deformadas, pero con un impresionante e insólito sentido del humor; es buen conversador y nunca se refiere a sí mismo en términos de postración o derrota. Desde su Ciudad de Nutrias, allá donde Barinas casi se convierte en estado Apure, ya comienza a hablarse de las otras facetas en que descuella y levanta vuelo: David Moreno también canta y compone. Es autor de más de 50 canciones, y uno de los datos importantes de esta simple información es que él no sabe leer ni escribir: eso se llama poesía no escrita, poesía ágrafa. A finales de 2014 ya tenía recopilado y grabado un disco que lleva por título “Más criollo que yo no hay”. Tiene los versos en la memoria y los recita o los canta cada vez que se lo piden y alguien lo acompaña con un cuatro.

También es rezandero; la gente le lleva niños para que los cure con sus oraciones de padecimientos como parásitos o culebrilla, y lo contrata para que vaya a las haciendas o parcelas a rezar a las culebras: donde David suelta una oración las mapanares huyen espantadas.

Así cantaba David Moreno (este es un video de 2012):


jueves, 25 de diciembre de 2014

Pescador de un río que ya no existe

El río Caipe es un curso de agua cuya existencia está muy ligada a la cultura, economía e historia de Obispos. Es fama que alguna vez fue navegable, que en sus mejores tiempos transitaron por allí lanchas y motores fuera de borda, y que las poblaciones de Obispos y Borburata, ubicadas en sus márgenes, desarrollaron allí por siglos una rica cultura fluvial. No fue entonces ningún accidente aislado el que Alberto Arvelo Torrealba escribiera su dramático poema, luego hecho canción, “El canoero del Caipe”; de este río se alimentaron y por allí se desplazaron e hicieron vida varias generaciones de barineses.
Hace dos décadas “un rico” (discrepan las fuentes testimoniales en la identidad de este personaje; al parecer fue José Isilio Cordero) desvió o bloqueó su cauce para crear un canal artificial que irrigara sus haciendas, y esto ha traído como consecuencia una drástica disminución del río hasta convertirlo en un caño precario donde ya no transita embarcación alguna. Ya no hay canoeros ni pescadores en el Caipe; lo que queda de aquel oficio de la pesca es la costumbre de muchos jóvenes de irse a pescar en el río Masparro (que no es el Caipe pero se le parece y queda relativamente cerca) y en el embalse del mismo nombre.
Algo más que queda del río son su leyenda y su historia. Ambas pueden encontrarse en la voz de quienes crecieron en sus márgenes y en sus adentros. En la plaza del pueblo preguntamos por alguien que hubiera sido pescador en el esplendor del Caipe. Unos pobladores nombraron a varios señores; apenas lo nombraron pregunté dónde vivía: se llama Nicolás Sánchez. Puro capricho o intuición: si a este caballero le pusieron el nombre del patrono de su poblado natal difícilmente puede encontrarse alguien tan representativo de su espíritu.
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Nacido en Borburata de Barinas en 1944, todavía le brillan los ojos al rememorar las jornadas de pesca de su juventud. De sus padres y abuelos recuerda que fueron también pescadores, y que el producto de aquellas faenas no era el comercio: la gente pescaba para comer y para regalarles a los vecinos.
“Nos reuníamos como 15 ó 18 muchachos y preparábamos las palmas para pescar. Abajo les colocábamos piedras, que cumplían la función que cumplen los plomos y las cadenas de las atarrayas y los chinchorros: mantener abajo la palma mientras uno la arrastra. Eran como atarrayas pero hechas con las hojas de palma. En la punta derecha y en la izquierda se ubicaban los ‘caloneros’, los que halaban la palma; los ‘zambullidores’ son los que se meten en el agua para enganchar el pescao”.
Toda una enciclopedia viviente de lo que fue la cultura en tiempos del impetuoso Caipe, Nicolás recuerda entre otros episodios las veces que resultó picado por rayas. “Cuatro veces me zamparon el aguijón esa bichas; eso lo pone a uno a gritar como un muchacho, ¿oyó? El mejor remedio para sanar esas heridas son los cocimientos a base de artemisa, escoba negra y concha de cedro. Uno mete el pie o la parte del cuerpo donde tiene el pinchazo y poco a poco va desapareciendo el dolor. La marca queda ahí para toda la vida”. Sobre la popular receta que recomienda que una mujer preñada coloque su vagina en la herida del afectado dice: “Eso debe ser muy sabroso, pero que yo sepa no quita el dolor”.
Una vez lo arponeó una raya “entiempada” (con el período: “a las rayas les viene la menstruación, igual que a las mujeres”) y le ocurrió lo que todos los pescadores de río saben que ocurre en esos casos: cuando el joven Nicolás fue llevado a su casa a reponerse del lanzazo llevaba el miembro viril erecto. “Eso es verdad, yo lo viví: hasta que a uno no se le quita el dolor no se le baja la parazón. Me dio mucha pena porque unas vecinas de la casa fueron a socorrerme y tuve que recibirlas así, ¿qué más iba a hacer?”.
También recuerda Nicolás que para cruzar de Borburata a Obispos (él lo hacía tres veces a la semana para ir al cine) había que hacerlo en lancha. “Pero en el verano, cuando bajaban las aguas, los vecinos del pueblo nos organizábamos y construíamos un puente de guafas (bambú). Eso era una fiesta; había sancocho y bebida mientras se trabajaba. Esos puentes eran nuestro orgullo, quedaban muy fuertes y la gente cruzaba el río a pie. Cuando volvía el tiempo de lluvias hasta ahí llegaba el puente porque el agua se lo llevaba. Nada más nos servía mientras duraba el verano”.

La última vez que Nicolás pescó en el Caipe ya el río se había venido a menos, y ocurrieron dos cosas con visos de tragedia: dos caimanes atraparon a sendos niños, pero no se los comieron sino que los arrojaron fuera del río moribundo: extraña forma de esos violentos compañeros de viaje planetario de decirnos que no querían más gente en el río asesinado.

Presentación: Tierra del heroísmo cotidiano

Doce más uno: doce municipios más un estado que se declaró en rebelión.
La visión tradicional y conservadora de lo que debe ser el turismo no logra trascender el hecho contemplativo y pasivo que sólo ve belleza en los fenómenos naturales y en algún otro hecho que le parece lleno de color. Contra esa visión que se contenta con embelesarse sólo con el paisaje geográfico, este catálogo propone acercarse a la Barinas de este tiempo en la profundidad de su paisaje humano y sus dinámicas sociales.
La enorme potencialidad del estado Barinas se encuentra en la gente, en su historia, en sus personajes del pueblo profundo; en lo que nuestra gente hace y en lo que dice. Estas páginas quieren romper con ese turismo burgués que resulta depredador: esa práctica del que viaja y exige ser servido a cambio de unos billetes. Aquí no se plantea la compra-venta de productos y emociones sino el intercambio entre personas, el conocernos gente a gente y relato a relato.
Los héroes y proezas que se reseñan pertenecen a lo más rutilante que Barinas tiene que ofrecer: el contacto con un ser humano vivaz, alegre y aguantador, heredero de una larga gesta de batallas cotidianas. La historia barinesa está hecha de paladines de faenas creadoras y no de capas ni de sospechosos vuelos siderales.
Los héroes nacidos aquí transforman el entorno, transforman la historia y transforman el mundo a punta de gestos de amor.
Las Revoluciones genuinas son esencialmente amorosas.