sábado, 10 de enero de 2015

Café de Calderas


Él no tiene la culpa de llamarse Werner Shulze (tampoco decidió que su segundo apellido fuera un criollísimo Rangel) ni de haber nacido un poquito (bastante) lejos de Calderas. El caso es que su oficio y su misión son caldereños hasta la médula y eso lo convierte en uno más de los ciudadanos de ese pueblo barinés de de montaña.
Werner tiene una torrefactora que presta un invalorable servicio a los pequeños productores cafetaleros. En ella tuesta y muele el café que luego los mismos productores van a distribuir en diferentes zonas del país. “Este es el café más puro de Venezuela”, dice, celebrando el mérito compartido con sus colegas y relacionados de la zona. “El café comercial que uno encuentra en los expendios es en realidad una mezcla de café al 60 por ciento, tal vez 80 en el mejor de los casos; el resto son residuos (tamo) de café y distintos granos como arvejas, frijoles, quinchoncho. El café que molemos aquí es 100 por ciento café. Yo personalmente, con los productores aquí al lado viendo todo el proceso, me encargo de garantizar que nada se vaya mezclado con el grano molido”.
Tiene además 4 hectáreas de su propiedad  en la que también produce y cosecha, e intenta que todos los procesos sean limpios y todo lo naturales que se pueda. Al grano cosechado lo deja descomponerse de manera natural; es un proceso que puede durar un mes, mientras el gusano consume la pulpa y deja limpia la semilla. El proceso se puede acelerar con máquinas pero es más costoso, y además se pierde la nobleza del ritual natural y ecológico de permitir que la naturaleza haga el trabajo.

Este caballero conoce el terreno que pisa; sabe que todo el eje Altamira de Cáceres-Calderas tiene las condiciones ideales para producir el mejor café: un piso cafetalero de 800 a 1.200 metros sobre el nivel del mar, sombra abundante. En estas condiciones es factible utilizar menor abono químico y más abono orgánico que en otras zonas.
El tamo o residuo se usa como abono orgánico; “Yo pudiera aprovecharlo para hacer trampa con la mezcla y pudiera obtener más ganancias con esto: un kilo de desechos puede convertirse en 40 kilos de ganancias y nadie o casi nadie se da cuenta de la diferencia entre un café adulterado y uno sano, pero a mí me gusta jugarle limpio a la gente. Si yo fuera tramposo por vocación sería mafioso, no cafetalero”.
Las máquinas con las que comenzó a trabajar Werner Shulze las fabricó de manera artesanal un tecnólogo popular de Biscucuy de apellido Mejías. Consta de un cilindro tostador, una criba de enfriamiento, unos elevadores, una llenadora y las mesas de trabajo para empaquetar. En 2005 esa maquinaria costó 80 mil bolívares.
Ese año, Foncrei le otorgó un crédito para comprar esa maquinaria y para iniciar operaciones con un pequeño capital de trabajo. En promedio, en tiempos de cosecha, la torrefactora puede procesar 400 kilogramos diarios.
Werner revela un dato que no parece estar muy difundido en Venezuela: “El café ideal para colar en casa es ese donde se sienten los granos. El que es puro polvo es mejor para preparar en esas máquinas que trabajan con vapor de agua. Pero para colar en casa con agua hirviendo es mejor el otro. A esa medida del tamaño del grano de café se le llama granulometría”.
El hombre es una ametralladora de echar cuentos y revelar datos que otros pudieran considerar secretos o más o menos clandestinos. Y de paso no le mezquina el café a nadie mientras conversa. La mejor excusa para ir a visitarlo.

Un mercado "paramuertos"


Tal como debe serlo cualquier mercado popular en el mundo, en el municipal de La Carolina confluye lo más variopinto del pueblo, de muchos pueblos. El comerciante que ofrece sus productos y el comprador que recorre esta edificación desbordada le da forma a una de las características del barinés capitalino: lo diverso y multicolor, la identidad recabada en un espacio que son al mismo tiempo muchas identidades. Allí donde el visitante y el observador se confunden porque creen no encontrarle una clave nítida o única al misterio de la barinidad; allí, en ese asombro que nos rebasa porque lo barinés no puede resumirse en una sola palabra o característica, ahí mismo descubre uno que lo barinés es una portentosa mezcla del andino, el llanero, el citadino, el guate y hasta el colombiano de dos o tres regiones.
Así que no es para nada casual que uno de los hitos más singulares del mercado se encuentre en el puesto llamado “Super batidos los mil sabores”, popularizado por un emigrante de Mompox llamado Alvaro Oyaga. A este humilde vendedor y comerciante le deben los barineses el desafío de una bebida llamada “Paramuertos”, un coctel de frutas y otras sustancias acusado de levantarles el ánimo a las personas.
El Oyaga que fundó el puesto e inventó la combinación murió en 2012; poco después sus hijos ya estaban al frente del negocio. El mayor de ellos, que también se llama Álvaro, cuenta que su padre llegó a Venezuela en 1976, a los 28 de edad, y tras dedicarse a varios oficios comenzó a atender los puestos de jugos de frutas de un caballero que poco a poco le fue confiando las riendas del negocio. A la muerte de ese propietario Oyaga pudo comprarle el puesto en el mercado a la señora viuda. Y entonces comenzó la leyenda del Paramuertos.
El Paramuertos original era un compuesto extraño pero bastante simple: el producto llamado “cerelac” con ojos de ganado. Con los años la mezcla se fue enriqueciendo hasta llegar al Paramuertos actual: una combinación explosiva de vino tinto, huevos de gallina y de codorniz; brandy, ojo de ganado y zumos de borojó, lechoza y fresa. En un tiempo a todo esto le agregaban también polvo de Caribe disecado (Caribe molido) pero el ingrediente no es tan fácil de conseguir en grandes cantidades.
Los comederos del mercado también se han ganado su fama y su puesto en el imaginario gastronómico: a quien no ha ido allí a comerse un sancocho de caribe un domingo a las 7 de la mañana todavía le falta algo para decir con propiedad que se tuvo un encuentro con lo barinés profundo.

***

En su acepción más estricta, el mercado de La Carolina consta de una enorme cúpula o arco en cuyo interior los puestos se organizaron en sabrosa y caótica organización popular que lleva ya cuatro décadas macerándose y recomponiéndose. Los vendedores más antiguos del lugar, Gerónimo Gómez (“El Rey de la yuca”) y Argenis Suárez rememoran los tiempos en que el mercado era una ranchería precaria, en la que sólo la nave central estaba techada y el resto era bastante incómodo e insalubre para vendedores y visitantes.
Con los años han mejorado entonces las condiciones de este hervidero humano, que ya rebasa los límites de la edificación y se extiende hacia los lados de la populosa zona. La metáfora está servida: Barinas se parece a su mercado (y también al Paramuertos) en la vocación multitudinaria y multifactorial, en su vocación de permanencia y de evolución. Por lo tanto, visitar el mercado de La Carolina es una de las maneras más eficaces de acercarse al pueblo barinés y comprenderlo en su enorme complejidad.

Los Diablos de San Hipólito y la rebeldía


Por lo general las iconografías convencionales asocian la noción de “homenaje” con el boato, esa cursilería rimbombante propia de lo más decadente, por aristocrático, de la Europa medieval. La clave de la hegemonía católica, de paso, ordena adornar el ceremonial de la muerte con la consabida carga judeocristiana llena de culpas y disfraces que invocan a la postración y el sufrimiento infinito. Lo que el burgués y la burguesía entienden por “afecto” termina entonces convirtiéndose en un festival de florilegios y regorgallas propias de gente asustada que, como tiene mucha plata y no sabe qué hacer con ella, va y la invierte en sobresaturación de imágenes y símbolos que no honran a la gente sino al poder.

A propósito de los homenajes, en 2012 ocurrió algo significativo con esto de los símbolos culturales que la convención burguesa considera homenajeables y dignos de premio y santificación. Venezuela entera celebró el que la UNESCO haya decretado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad a “Los diablos danzantes de Venezuela”. A casi todos los diablos danzantes de Venezuela: alguien dejó fuera del paquete de diablos homenajeados a los diablos de San Hipólito, manifestación cultural del municipio Alberto Arvelo Torrealba.
Los Diablos Danzantes de San Hipólito nacieron en 1810; son, por cierto, los más antiguos de Venezuela. La diferencia con los homenajeados es que, mientras éstos tienen un sustrato católico que se refleja en su ceremonial (son diablos sumisos: salen a la calle, cantan, parrandean, pero cuando el cura ordena parar ellos se postran, apoyan la cabeza en el suelo y se acabó la fiesta) los de San Hipólito son cimarrones y no andan postrándose ante nadie. Su ritual es sencillo, populachero y más o menos caótico, y ensalza la fiesta del pueblo por sobre el dato de sumisión o arrodillamiento. Los diablos entran al lugar de la fiesta gritando, convocando a la gente; comienza a interpretarse un golpe de polca, a cuyo ritmo unos devotos tejen un árbol a la manera del sebucán. Luego se arma la parranda propiamente dicha con merengue campesino, y más tarde con repiques de joropo (casi siempre seis por derecho, periquera y pajarillo).

Como no hay autoridad religiosa que ordene no caerse a golpes o a botellazos en mitad de la euforia colectiva, existen unas figuras que son el Diablo y la Diabla Mayores, encargados de poner orden con un rejo o fuete. Borracho que se propasa o que intenta violentar el ceremonial se lleva su correazo, y así la disciplina se mantiene, autogestionada y sin policía, y el castigo es visto más como un chiste que como un acto de represión. Cierto que el día central de la celebración es el 24 de junio, día de San Juan, pero la otra clave de estos diablos es que van para donde los inviten, en cualquier momento del año.
Los Diablos de San Hipólito recorren Venezuela varias veces al año.
Son adorados por el pueblo, porque son expresión del pueblo, y detestados o vistos con recelo por la convención (de allí que no les hayan dado el premio que otorga la visión hegemónica de “Cultura” en el mundo).
Son cimarrones, rebeldes, populacheros e “incómodos”, porque no se amoldan a las reglas establecidas.
No serán homenajeados nunca por los convencionalismos porque su sola existencia es una afrenta a los acartonados, los falsos, los domesticados, los sumisos.
Los Diablos de San Hipólito nacieron en el eje San Hipólito-Los Rastrojos, una serie de campos y caseríos en las afueras de Sabaneta de Barinas.
Hugo Chávez nació en uno de esos campos, en Los Rastrojos. Fue allí donde Mamá Rosa le enseñó las claves del valor y la vergüenza. Ese pequeño poblado merece ser reconocido como la cuna de la rebeldía americana.

El caso Arismendi

El municipio más oriental de Barinas es uno de los más grandes del país, y es también, con toda seguridad, uno de los más anómalos y sorprendentes desde el punto de vista sociopolítico y geoestratético.
Los “titulares” al respecto son estos: Arismendi limita con los estados Portuguesa, Cojedes, Guárico y Apure, en el corazón del llano venezolano y muy cerca del centro geográfico del país. Su superficie es de 7.209 km2, lo cual significa que ocupa cinco veces la extensión del estado Vargas, y es más grande que los estados Aragua, Carabobo y Yaracuy. Durante ocho de los doce meses del año sus numerosos ríos se desbordan y cubren 80 por ciento de su territorio, lleno de sabanas inundables, así que la comunicación vía terrestre entre sus cuatro parroquias, y con el resto del estado Barinas, es prácticamente imposible. ¿O será mejor decir que se torna más interesante para el turismo de aventuras y el duro deporte de la exploración en condiciones extremas?
En vista de que también la comunicación fluvial está llena de obstáculos, para los arismendeños ya se ha hecho cotidiana y “natural” la siguiente paradoja: para trasladarse por carretera desde la capital de Arismendi (que lleva el mismo nombre) hasta la capital del estado es preciso salir hacia el estado Cojedes, girar hacia Portuguesa y reingresar a Barinas por la autopista José Antonio Páez; el recorrido dura de siete a ocho horas.
Una maniobra similar hay que ejecutar para llegar desde la capital de Arismendi hasta una de sus parroquias aledañas, Guadarrama o La Unión: es preciso salir hacia Cojedes, desviarse hacia Guárico y volver a entrar al municipio. La comunicación con la parroquia más lejana, San Antonio, debe prolongar la travesía anterior hasta el estado Apure, rebasar los esteros de Camaguán y la capital apureña, enfilar hacia occidente bordeando el río Apure y cruzar en lancha o chalana desde la población de Apurito hasta San Antonio.
Cada lunes se celebra en la capital del municipio una monumental Feria del Queso, y los sábados otra similar se produce en el eje San Antonio-Apurito. Los últimos registros indican que Arismendi produce en promedio unos 200 mil kilos de queso al mes, producción que cubre la demanda de buena parte del país.
A mediados de 2014 la Corporación Socialista Arismendeña de Infraestructura abordó la construcción de un terraplén de 7,5 kilómetros que comunica a El Paso con San Antonio de Las Flores. Debido a las características del suelo arismendeño, el material (granzón) utilizado para ejecutar esta obra debió llevarse desde Sabaneta (municipio Alberto Arvelo Torrealba), a 280 kilómetros del punto en que los camiones debían abordar la chalana que cruzaría el río Apure para vaciar la carga.

La Chigüira

Ellos no son agroecólogos de teoría y conferencia, son gente que practica la agricultura y se organiza para la otra sociedad. El nombre de La Chigüira es ya un clásico entre las referencias de la agroecología ejercida en Venezuela.
En términos puramente geográficos y un poco abstractos, se trata de un espacio ubicado al norte de Socopó (municipio Antonio José de Sucre, Barinas) al que llegó en 2007 un grupo de personas comprometidas con cierto experimento: la conversión de una finca de 12 hectáreas, devastada por la ganadería y el uso convencional (¿irracional?) de insumos agropecuarios, en un lugar donde se entendiera al ser humano como parte de la naturaleza, y por lo tanto la producción de alimentos fuera respetuosa y no depredadora de la tierra.
Aquí se está procurando la recuperación de especies nativas y la producción de alimentos en pequeña escala. "Casi todo este terreno era de una aridez que daba lástima", recuerda Laura Carreño, una de las fundadoras de la experiencia. "En esa montaña que ves atrás pastaban docenas de vacas, así que el suelo estaba muy empobrecido. Allí no había ninguna vegetación, era un cerro pelado". Sonará extraño, pero Laura dice estas cosas con una sonrisa.
El motivo para ver y contar la historia con alegría es que "esa montaña que ves atrás" se convirtió en poco tiempo en lo que seguramente fue antes de la depredación: un bosque lleno de árboles y especies que habían desaparecido bajo los cascos de los rumiantes. Bastó que el grupo inicial detuviera esa forma destructora de entender la ganadería para que el cerro pelado reverdeciera; a principios de 2013 ya era un bosque casi impenetrable.
"Y así se va a quedar", reconfirma Juancho, otro activador fundamental del colectivo de trabajo: "Parte del proyecto consiste en entender que si bien la gente necesita un espacio para sembrar y organizarse, el bosque necesita el suyo para existir. No existe agroecología ni permacultura si no dejamos un espacio para proteger las especies autóctonas. Un día reaparecerá por aquí la fauna que había desaparecido".

Experimento múltiple

Son otros ritmos, otras exigencias corporales y de conciencia, otra manera de ver los problemas, o de no considerarlos problemas sino situaciones por modificar para bien.
Quien va de visita necesariamente debe incorporarse a una dinámica distinta a la que el habitante de las ciudades acostumbra: la gente trabaja, come y se entretiene con otra visión del ser en comunidad, más participativo, propositivo y creador. Son otros ritmos, otras exigencias corporales y de conciencia, otra manera de ver los problemas, o de no considerarlos problemas sino situaciones por modificar para bien. Esto no debe sorprender, a pesar de la violencia de algunas rupturas con las ideas convencionales.

La formación

En ese espacio da la sensación de que todo está por construirse o en proceso de construcción, y esto incluye el diseño y moldeado de la estructura física (corrales, cochinera con el sistema de cama profunda, un galpón para una planta procesadora de alimentos 100 por ciento orgánicos para animales, baño seco, siembras varias) y también el ensayo de nuevas formas de relación humana.
Los activadores del espacio son, al mismo tiempo, fundadores del Sistema de Trueque Ticoporo, una de las iniciativas para la conformación de una economía comunal cada vez menos dependiente del mercado y la moneda. Es una vertiente o herramienta de lo que el Gobierno Bolivariano ha proyectado como Estado Comunal.

Desde 2013 La Chigüira está registrada como Empresa de Propiedad Social Directa Comunal.

viernes, 9 de enero de 2015

De hombre esclavizado a ánima benefactora de los conductores


La espiritualidad más genuina de los venezolanos no está hecha de imposiciones coloniales sino del afecto de algunos personajes muy queridos y respetados en vida, y que fueron elevados a la categoría de ánimas benefactoras por el fervor popular, no por cúpulas que mercadean con la fe y el hermoso asombro de los excluidos y los desposeídos. Benjamín Charles encaja perfectamente en esa corriente de adoración de gente del pueblo por el mismo pueblo.

Las carreteras de Barinas, como todas las del país, hierven en historias, mitos y cuentos de todo calibre. Y fue precisamente en la construcción del terraplén que luego fue la carretera fundamental del estado (la Troncal 5, que atraviesa de noreste a suroeste el eje más estratégico de la entidad) donde un trinitario de nombre Benjamín Charles se vino con su hermano a buscar trabajo para su sustento. Así que cuando usted transite por esa carretera, específicamente entre Pedraza La Vieja y Capitanejo, rumbo a Santa Bárbara, tome nota de este detalle crucial: esa capilla que despunta a su mano izquierda es un tributo del pueblo barinés, y especialmente de sus conductores, a alguien que trabajó hace casi un siglo en condiciones de esclavitud para construir esa vía.

Terminado ese trabajo decidió quedarse en tierras del actual municipio Pedraza y allí le dio rienda suelta a lo que era su verdadera vocación: curioso de la medicina, recetaba y además repartía ramas, bebedizos, compuestos para las dolencias del cuerpo. Una vez al año subía a los páramos merideños por el Quinó y regresaba cargado de infusiones, dulces, objetos varios; se dice que además de comerciante ejercía gratis el oficio de correo, así que mucha gente se comunicaba con sus familiares sin costo alguno utilizando los servicios de esta especie de facebook de principios del siglo 20.
Como se hizo experto en brebajes que no eran de la zona de Pedraza era lógico que al recetar se ofreciera él mismo para preparar algunos brebajes medicinales. En una de estas andaba cuando cometió el error de ir a atender en su casa a una mujer cuyo marido, un tal Estanislao, tenía muy mal humor. El natural don de gentes del negro Charles y las habladurías le fundieron la capacidad de razonar a ese sujeto; así comenzó a tejerse una tragedia.
El Negro Charles no sólo era yerbatero sino que tenía un altar donde convocaba a la gente para la oración, pero no por eso dejaba de tomarse los tragos y parrandear como lo hacían todos los hombres del lugar. Era un ser humano como cualquiera, sólo que dotado de grandes sentimientos de generosidad y desprendimiento.
El martes de la Semana Santa de 1936 Estanislao emboscó a Benjamín Charles en un camino de las afueras de Guayabal. Un escopetazo acabó con la historia del Negro pero dio inicio a la leyenda: el primer prodigio que se le atribuye es el haberle hecho imposible al asesino esconder su cadáver. Estanislao lo arrojaba en los matorrales y al salir al camino ahí estaba otra vez el cuerpo del Negro, en el mismo lugar en que había caído.
Hoy en el monumento la gente ha depositado miles de placas, cartas, fotografías, mensajes, prendas de vestir; licencias de conducir, certificados médicos, papeles de propiedad de vehículos; objetos varios de viajeros agradecidos, a quienes el Negro Charles les ha hecho favores de toda clase. Los más comunes tienen que ver con automóviles: si usted le pide un carro con el suficiente fervor, y dejándole o prometiéndole algún tributo simbólico o monetario, el Negro le responderá, con toda seguridad. Esa es la razón por la cual, 18 meses después de solicitarle uno, debí volver allí para obsequiarle esta reseña y las gracias. Una copia de esta crónica quedará pegada en alguna pared de la capilla en honor del Negro.

jueves, 8 de enero de 2015

Andrea, la tejedora


 Hay un impulso trujillano en el ser barinés, en su historia y su cultura. De Trujillo provino la avalancha fundadora de ciudades criollas que atravesó esas montañas y siguió el curso del Santo Domingo rumbo al llano, por la vía de lo que hoy conocemos como Calderas y Altamira de Cáceres. Justamente esa ruta, desde Niquitao, la cumplió Andrea Terán, quien no sólo se trajo el cuerpo y la compañía de su familia sino además un arte utilitario que hoy sigue desarrollando en la población de Chuponal.
Andrea es tejedora de cestas, escobas y jarrones de fibras vegetales. Ese arte lo aprendió de su madre y de su abuela allá en Niquitao; cuando tenía 7 años fabricó sus primeros objetos con bejuco y carruso. Una vez transplantada a tierras bajas, con otro clima y otra vegetación, se las ingenió para encontrar materiales sustitutos de los originales y los encontró. En Pedraza lo que abunda para estos efectos es la lucateva (moriche) y otra especie de bejucos con los que les da forma a las asas, y el cogollo lo emplea en fabricar escobas. Esta lucateva crece donde hay agua abundante, así que fue un acierto mudarse a esta tierra cálida pero surcada de ríos. En las carreteras que bordean las fincas de la zona se le puede ver recogiendo esta materia prima vegetal para seguir tejiendo.
Siente preocupación por el futuro de su oficio y su arte, por su continuación en el tiempo, porque "Veo que a los muchachos no les interesa esto". A pesar de esto, varias veces al año realiza talleres entre los niños de los planteles del municipio Pedraza, y también les revela las claves del oficio a quienes se acercan a su casa para mirar de cerca cómo se elaboran estos objetos que parecen hechos por máquinas, pero que en realidad son obra de las manos de Andrea.

Por realizar este arte sencillo y sin ánimos de grandeza durante 40 años ha recibido reconocimientos como artesana y ha participado en exposiciones y ferias.

lunes, 5 de enero de 2015

Locainas trujillanas en el llano: La Yuca


  • José Vicente Vásquez falleció a los 114 años de edad, un mes después de aparecer esta publicación impresa

______________________ 


Como personaje sorprendente y ejemplar de pueblo, orgullo de la barinidad, vale la pena mencionar y homenajear a Pantaleón Vásquez, caballero de 90 años que dedicó su juventud a la manufactura de atarrayas para pescar. Conuquero y habitante de Las Veguitas, es un señor de hablar recio aunque con algunas limitaciones físicas debido a su alta edad. De su orgullo vital como jefe de familia sus allegados gustan de contar cómo es que los suyos no necesitan ir al mercado para hacer un sancocho, porque en el huerto que él levantó junto con su gente se encuentra todo lo que se necesita para comer.
Pero hay alguien que tal vez sea justo también mencionar: su papá. José Vicente Vásquez, quien en julio de 2014 ya estaba celebrando 114 años de vida y 63 desde que fundó en la población de La Yuca, en el estado Barinas, la tradición de las Locainas.

Parte de su hazaña se comprende mejor cuando uno se entera de que esta manifestación nació en Boconó, estado Trujillo, al norte de aquellas montañas que apenas se divisan allá donde se termina el llano. Él salió de su natal caserío Las Negritas, en esa entidad andina, junto con María Serrano, su primera esposa. Con ella se vino de pueblo en pueblo enseñando el múltiple arte de las Locainas; antes de llegar a La Yuca, en 1953, formó gente para esa misma manifestación en poblaciones como La Cortadera, El Cabrito, Cerro Azul y La Barinesa. Pero en ninguno de esos lugares la tradición floreció ni tuvo continuidad como en La Yuca, donde finalmente se instaló a vivir y a continuar lo iniciado en Trujillo.
Un yerno suyo, de nombre Néstor Fernández, es quien ha asumido el rol de continuador de la manifestación; su energía y dedicación lo ha llevado a ser Capitán de la danza y encargado de las manualidades.
“Esta manifestación es muy rica y compleja”, explica Fernández; “su preparación y ejecución contiene artes plásticas, canto, música, danza, teatro”. Sus inicios al frente de este rito popular datan de 1994, tiempo en que ya José Vicente tenía dificultades para hacer las manualidades. Néstor tuvo entonces un impulso y fabricó una máscara; cuando se la mostró al viejo patriarca éste soltó una carcajada celebratoria, porque le había gustado lo hecho por el joven, y desde entonces Néstor es el encargado de la fabricación de sombreros, máscaras, el vestuario y otros implementos.
“Una de las tareas mías como capitán es la creación del semillero, la formación de los muchachos que le van a dar continuidad a esto en el futuro”, reflexiona Fernández.
“Cada personaje tiene su quehacer y su función en la danza: empezando por el Capitán y terminando con el Diablo, el Viejo, la Vieja, el Mudo y la Muda. El ritual comienza con el Capitán agitando la bandera y blandiendo un machete de madera; lleva una gorra y una banda tricolor. El Viejo y la Vieja son los padres de la danza; se llaman el papa Germán y la mama Simona; más atrás vienen 4 pastores y 4 damas; seguidamente vienen el Diablo, el Mudo y la Muda. El 6 de enero de cada año a las 3 de la madrugada ya estamos levantados, preparando la fiesta y mi esposa se pone a hacer la comida; a las 7 de la mañana todos están comidos y a las 8 salimos de la casa a visitar a las familias que han pedido que pasemos por sus casas. En todas partes nos reciben con comida y en algunas con aguardiente”. La parranda se forma con música de cuatro, violín, tambora, maracas y últimamente mandolina. No hay límites para la incorporación de instrumentos; todo el que se acerque y se acople al tono y al ritmo es bienvenido.
La organización de las Locainas de La Yuca está a cargo de sus cultores, quienes han creado una fundación que ha recibido apoyo e impulso de los entes regionales de Cultura.

El retiro productivo

José Benedicto Burgos invirtió buena parte de su juventud y madurez en trabajar como empleado tribunalicio. Hace unos pocos años le llegó la hora de la jubilación, momento en que mucha gente vislumbra ese asunto terrorífico que suena a preparación para la inutilidad y la muerte: eso que llaman “el retiro”. Pero José Benedicto tenía otros planes y también algo de entrenamiento para encarar lo que podría llamarse con justicia la segunda parte de su vida productiva; desde muchacho él había fabricado y reparado alguno que otro instrumento musical.

El primero de ellos fue un requinto que alguien le había regalado y que otro “alguien” perdido en su memoria remota se lo partió accidentalmente o de mala manera. El muchacho metió mano a unas herramientas y materiales y así, por pura intuición, terminó dejando su instrumento averiado mejor que como estaba antes.
Así que de aquella oficina llena de papeles y abogados; de aquel espacio seguramente gris y aburrido en sus dinámicas cotidianas saltó a su taller y comenzó a acostumbrarse a la idea de ser luthier, a una edad a la cual las convenciones sociales no ven como algo “normal” el que alguien comience en un oficio después de los 60 años. Y en eso anda ahora: fabricando y reparando los nobles implementos de hacer música.
Poco a poco fueron llegándole los clientes; primero individualmente y poco a poco en forma de encargos múltiples. Guitarras, bandolas, cuatros y maracas conforman la legión de instrumentos musicales que este hijo de Libertad, en el municipio Rojas, ha puesto a rodar dentro y fuera de Venezuela.

viernes, 2 de enero de 2015

Así echa los cuentos Juan Caribe

Calabozo (estado Guárico) se llama así porque la ciudad era precisamente eso, una localidad adonde enviaban a ciertos condenados a pagar su condena. De muchas maneras se entretenían los moradores de un poblado con semejante misión, y una de ellas era la charla, el intercambio de información, historias y pareceres: Calabozo era en el siglo XIX un pueblo de habladores.
No es casual entonces que el preso más célebre de ese pueblo-calabozo haya recibido condena a muerte en el año 1813 precisamente por hablar demasiado. Ese caballero, recluido originalmente allí por haber practicado la piratería en el mar de Las Antillas, con el tiempo se ganó algunos derechos y uno de ellos fue el de hacerse pulpero y también viajero comerciante de ganado, así que una o dos veces al año el hombre recorría toda la geografía nacional vendiendo reses y cueros recabados ahí en Calabozo. Aprovechaba también para ir nutriéndose de cuentos y sobre todo de noticias del acontecer nacional, que por cierto eran candentes y dramáticas y tenían que ver con la guerra de Independencia, con los avatares de Bolívar y la Segunda República.
En lo que fue su último viaje de comercio se empapó de algo que en estos días llamaríamos “la opinión pública”, y ésta no les favorecía mucho a los blancos criollos en el poder: el viajero, que sentía una natural simpatía por la causa independentista, sólo escuchaba quejas y opiniones nefastas sobre los republicanos, “esos engreídos mantuanos esclavistas”. Como el viajero era chismoso pues se dedicó a difundir en Calabozo, desde el mostrador de su pulpería, las espantosas opiniones escuchadas en tantos pueblos de todo aquel país en formación. Habló tanto y tan feo que las autoridades le metieron mano y lo condenaron a morir fusilado. Esa fue una de las razones por la cual ese chismoso estelar, José Tomás Boves, cuando entró en batalla no lo hizo del lado de la Independencia sino del lado de la Corona. Pero no para defender a la Corona sino a los esclavos y sirvientes víctimas de la opresión.
Uno de los amigos de Boves, un muchacho lenguaraz y dicharachero a quien llamaban Juan Caribe, fue muerto por las tropas independentistas. Cuentan que a este Juan Caribe le decían así porque alguien lo empujó en un río lleno de esos peces carnívoros del llano así nombrados y en el trance quedó marcado de heridas.
Pues este joven, a punta de verbo, entretenía y hacía reír a Boves y a todo el que se acercaba a escucharle los cuentos. Un hablador tan eficaz que era capaz de hipnotizar con el verbo hasta a los habladores.
En honor de este adolescente olvidado por nuestra historia, al cronista no oficial (cronista popular y sentimental a fin de cuentas) del Cantón y de todo el novísimo municipio Andrés Eloy Blanco (que fue fundado en 1999); ese señor que responde al nombre de Rafael Antonio Contreras Guerrero, lo llaman Juan Caribe.
A él nos remitieron para informarnos de la historia de ese municipio en el que vivió de muchacho, cuando ese territorio todavía era una dependencia del municipio Zamora. La crónica que nos narró comienza más o menos así:
“Cuando yo vivía en Abejales (Táchira) conocí a Walter Márquez, ese político del Táchira que anda porái en silla de ruedas. Él era así como débil y tembleque desde muchachito, caminaba todo torcido. Nosotros lo llevábamos a pescar para esos caños y ahí lo empujábamos dentro del agua, nomás por el placer de verlo como se ahogaba tratando de nadar. Cuando ya nos habíamos reído y él había tragado bastante agua lo sacábamos. Ahí mismo en Abejales conocí también a dos hermanos, unos viejos llamados Antonio Castro y Moisés Castro. Había un viajero que llegaba de vez en cuando de Apure con unos arbolitos de samán; venía el hombre cargado de arbolitos en un bongo de esos que llamaban “puqui-puqui”, empujado con un motor Lister. Bueno, el samán ese que está en la entrada de Abejales se lo compró a ese viajero y lo sembró el señor Antonio Castro. Los hermanos Castro, que eran herreros, se mudaron para El Cantón; ellos fabricaban arpones. Esa gente pasaba la noche entera dándole martillo a un yunque y a unos hierros en ese cantón, no dejaban dormir a nadie con esa golpeadera y la gente se arrechaba. Uno de los que más se arrechaban era Pedro Rodríguez, un viejo habitante de El Cantón, y se les paraba a las dos de la madrugada para hacerlos parar ese ruido. Pero resulta que Moisés Castro era un hombre así de grande, y Antonio era más viejo pero más grande, y entre los dos hacían correr al viejo Pedro. Ahí vivía también un viejo que llamaban Mechas de Saco, que trabajaba en el matadero. En ese tiempo había tanta abundancia que la gente comía carne con carne: carne asada con carne cocinada. Porque es que ni topochos…”.
En honor de Juan Caribe y de esa forma insólita y refrescante de narrar la historia del pueblo hemos comenzado esta pequeña reseña como la comenzamos. Y la terminamos aquí, para que usted se anime, busque a Juan Caribe y le pida que le cuente el resto. Pídale que le muestre, le lea y le comente el bulto de cuadernos de notas, historias, chistes, embustes, refranes y dichos, cuentos y apuntes que atesora: allí está la memoria informal de dos municipios.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Poeta ágrafo, músico, luthier y rezandero



  • David Moreno nos recibió en su casa los últimos días de septiembre de 2014. Su salud estaba muy deteriorada pero su energía y sentido del humor estaban intactos. Falleció 45 días después de darnos su testimonio, a causa de su terrible dolencia.


Aprendió solo, "mirando a los demás", a tocar y a fabricar arpas. A los 13 años ya era invitado a tocar al lado de los cantores llaneros más famosos y la adolescencia lo agarró acompañando como arpista a mitos de la música como Reyna Lucero, el Carrao de Palmarito, Eneas Perdomo, Sexagésimo Vásquez, Julio Miranda, José Francisco Montoya, Jesús Quintero y otros.
Esto de aprender sin maestro se debió a que los viejos luthiers a quienes veía trabajar no eran muy dados a compartir los secretos de la fabricación de instrumentos. “Eran muy delicados con su oficio, no les gustaba que los muchachos estuviéramos muy cerca agarrando las cosas o preguntando”. Así que su primera maestra en este arte fue su capacidad de observación y memorización.

Lo mismo ocurrió con su habilidad para tocar el arpa, instrumento complejo y multitonal que requiere de más concentración y sincronía que cualquier otro de estas latitudes. Disfrutando y observando con atención la destreza de los arpistas que pasaban por el pueblo fue adquiriendo las claves de la interpretación. Y se hizo adolescente mientras al mismo tiempo se convertía en niño virtuoso. Cuando ya era diestro y demostró ser capaz de acompañar a un conjunto el maestro Ramón Gaona le dio unas clases cruciales, y entonces ya nada pudo detenerlo en su deseo de ir a propagar la música llanera por varios estados.

Cuando tenía apenas 40 años la naturaleza le hizo una jugada terrible y lo puso a batallar contra la artritis degenerativa múltiple, enemiga que finalmente lo inhabilitó para seguir tocando. Perdida buena parte de sus habilidades para la interpretación se dedicó entonces a vender y reparar instrumentos, arte en el que también adquirió renombre. De eso vivió por varios años hasta que el avance indetenible de la dolencia le deformó a tal punto las manos que también le impidió terminar sus últimas arpas, unas piezas renombradas y cotizadas en todo el llano de Colombia y Venezuela.

Desde principios de 2014 debe permanecer casi todo el tiempo echado en una cama, con las articulaciones deformadas, pero con un impresionante e insólito sentido del humor; es buen conversador y nunca se refiere a sí mismo en términos de postración o derrota. Desde su Ciudad de Nutrias, allá donde Barinas casi se convierte en estado Apure, ya comienza a hablarse de las otras facetas en que descuella y levanta vuelo: David Moreno también canta y compone. Es autor de más de 50 canciones, y uno de los datos importantes de esta simple información es que él no sabe leer ni escribir: eso se llama poesía no escrita, poesía ágrafa. A finales de 2014 ya tenía recopilado y grabado un disco que lleva por título “Más criollo que yo no hay”. Tiene los versos en la memoria y los recita o los canta cada vez que se lo piden y alguien lo acompaña con un cuatro.

También es rezandero; la gente le lleva niños para que los cure con sus oraciones de padecimientos como parásitos o culebrilla, y lo contrata para que vaya a las haciendas o parcelas a rezar a las culebras: donde David suelta una oración las mapanares huyen espantadas.

Así cantaba David Moreno (este es un video de 2012):


jueves, 25 de diciembre de 2014

Pescador de un río que ya no existe

El río Caipe es un curso de agua cuya existencia está muy ligada a la cultura, economía e historia de Obispos. Es fama que alguna vez fue navegable, que en sus mejores tiempos transitaron por allí lanchas y motores fuera de borda, y que las poblaciones de Obispos y Borburata, ubicadas en sus márgenes, desarrollaron allí por siglos una rica cultura fluvial. No fue entonces ningún accidente aislado el que Alberto Arvelo Torrealba escribiera su dramático poema, luego hecho canción, “El canoero del Caipe”; de este río se alimentaron y por allí se desplazaron e hicieron vida varias generaciones de barineses.
Hace dos décadas “un rico” (discrepan las fuentes testimoniales en la identidad de este personaje; al parecer fue José Isilio Cordero) desvió o bloqueó su cauce para crear un canal artificial que irrigara sus haciendas, y esto ha traído como consecuencia una drástica disminución del río hasta convertirlo en un caño precario donde ya no transita embarcación alguna. Ya no hay canoeros ni pescadores en el Caipe; lo que queda de aquel oficio de la pesca es la costumbre de muchos jóvenes de irse a pescar en el río Masparro (que no es el Caipe pero se le parece y queda relativamente cerca) y en el embalse del mismo nombre.
Algo más que queda del río son su leyenda y su historia. Ambas pueden encontrarse en la voz de quienes crecieron en sus márgenes y en sus adentros. En la plaza del pueblo preguntamos por alguien que hubiera sido pescador en el esplendor del Caipe. Unos pobladores nombraron a varios señores; apenas lo nombraron pregunté dónde vivía: se llama Nicolás Sánchez. Puro capricho o intuición: si a este caballero le pusieron el nombre del patrono de su poblado natal difícilmente puede encontrarse alguien tan representativo de su espíritu.
***
Nacido en Borburata de Barinas en 1944, todavía le brillan los ojos al rememorar las jornadas de pesca de su juventud. De sus padres y abuelos recuerda que fueron también pescadores, y que el producto de aquellas faenas no era el comercio: la gente pescaba para comer y para regalarles a los vecinos.
“Nos reuníamos como 15 ó 18 muchachos y preparábamos las palmas para pescar. Abajo les colocábamos piedras, que cumplían la función que cumplen los plomos y las cadenas de las atarrayas y los chinchorros: mantener abajo la palma mientras uno la arrastra. Eran como atarrayas pero hechas con las hojas de palma. En la punta derecha y en la izquierda se ubicaban los ‘caloneros’, los que halaban la palma; los ‘zambullidores’ son los que se meten en el agua para enganchar el pescao”.
Toda una enciclopedia viviente de lo que fue la cultura en tiempos del impetuoso Caipe, Nicolás recuerda entre otros episodios las veces que resultó picado por rayas. “Cuatro veces me zamparon el aguijón esa bichas; eso lo pone a uno a gritar como un muchacho, ¿oyó? El mejor remedio para sanar esas heridas son los cocimientos a base de artemisa, escoba negra y concha de cedro. Uno mete el pie o la parte del cuerpo donde tiene el pinchazo y poco a poco va desapareciendo el dolor. La marca queda ahí para toda la vida”. Sobre la popular receta que recomienda que una mujer preñada coloque su vagina en la herida del afectado dice: “Eso debe ser muy sabroso, pero que yo sepa no quita el dolor”.
Una vez lo arponeó una raya “entiempada” (con el período: “a las rayas les viene la menstruación, igual que a las mujeres”) y le ocurrió lo que todos los pescadores de río saben que ocurre en esos casos: cuando el joven Nicolás fue llevado a su casa a reponerse del lanzazo llevaba el miembro viril erecto. “Eso es verdad, yo lo viví: hasta que a uno no se le quita el dolor no se le baja la parazón. Me dio mucha pena porque unas vecinas de la casa fueron a socorrerme y tuve que recibirlas así, ¿qué más iba a hacer?”.
También recuerda Nicolás que para cruzar de Borburata a Obispos (él lo hacía tres veces a la semana para ir al cine) había que hacerlo en lancha. “Pero en el verano, cuando bajaban las aguas, los vecinos del pueblo nos organizábamos y construíamos un puente de guafas (bambú). Eso era una fiesta; había sancocho y bebida mientras se trabajaba. Esos puentes eran nuestro orgullo, quedaban muy fuertes y la gente cruzaba el río a pie. Cuando volvía el tiempo de lluvias hasta ahí llegaba el puente porque el agua se lo llevaba. Nada más nos servía mientras duraba el verano”.

La última vez que Nicolás pescó en el Caipe ya el río se había venido a menos, y ocurrieron dos cosas con visos de tragedia: dos caimanes atraparon a sendos niños, pero no se los comieron sino que los arrojaron fuera del río moribundo: extraña forma de esos violentos compañeros de viaje planetario de decirnos que no querían más gente en el río asesinado.

Presentación: Tierra del heroísmo cotidiano

Doce más uno: doce municipios más un estado que se declaró en rebelión.
La visión tradicional y conservadora de lo que debe ser el turismo no logra trascender el hecho contemplativo y pasivo que sólo ve belleza en los fenómenos naturales y en algún otro hecho que le parece lleno de color. Contra esa visión que se contenta con embelesarse sólo con el paisaje geográfico, este catálogo propone acercarse a la Barinas de este tiempo en la profundidad de su paisaje humano y sus dinámicas sociales.
La enorme potencialidad del estado Barinas se encuentra en la gente, en su historia, en sus personajes del pueblo profundo; en lo que nuestra gente hace y en lo que dice. Estas páginas quieren romper con ese turismo burgués que resulta depredador: esa práctica del que viaja y exige ser servido a cambio de unos billetes. Aquí no se plantea la compra-venta de productos y emociones sino el intercambio entre personas, el conocernos gente a gente y relato a relato.
Los héroes y proezas que se reseñan pertenecen a lo más rutilante que Barinas tiene que ofrecer: el contacto con un ser humano vivaz, alegre y aguantador, heredero de una larga gesta de batallas cotidianas. La historia barinesa está hecha de paladines de faenas creadoras y no de capas ni de sospechosos vuelos siderales.
Los héroes nacidos aquí transforman el entorno, transforman la historia y transforman el mundo a punta de gestos de amor.
Las Revoluciones genuinas son esencialmente amorosas.