José Benedicto Burgos invirtió buena parte de su
juventud y madurez en trabajar como empleado tribunalicio. Hace unos pocos años
le llegó la hora de la jubilación, momento en que mucha gente vislumbra ese
asunto terrorífico que suena a preparación para la inutilidad y la muerte: eso
que llaman “el retiro”. Pero José Benedicto tenía otros planes y también algo
de entrenamiento para encarar lo que podría llamarse con justicia la segunda
parte de su vida productiva; desde muchacho él había fabricado y reparado alguno
que otro instrumento musical.
El primero de ellos fue un requinto que alguien le
había regalado y que otro “alguien” perdido en su memoria remota se lo partió
accidentalmente o de mala manera. El muchacho metió mano a unas herramientas y
materiales y así, por pura intuición, terminó dejando su instrumento averiado
mejor que como estaba antes.
Así que de aquella oficina llena de papeles y
abogados; de aquel espacio seguramente gris y aburrido en sus dinámicas
cotidianas saltó a su taller y comenzó a acostumbrarse a la idea de ser luthier,
a una edad a la cual las convenciones sociales no ven como algo “normal” el que
alguien comience en un oficio después de los 60 años. Y en eso anda ahora:
fabricando y reparando los nobles implementos de hacer música.
Poco a poco fueron
llegándole los clientes; primero individualmente y poco a poco en forma de
encargos múltiples. Guitarras, bandolas, cuatros y maracas conforman la legión
de instrumentos musicales que este hijo de Libertad, en el municipio Rojas, ha puesto a rodar
dentro y fuera de Venezuela.
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