Tal como debe serlo cualquier mercado popular en el mundo, en el municipal de La Carolina confluye lo más variopinto del pueblo, de muchos pueblos. El comerciante que ofrece sus productos y el comprador que recorre esta edificación desbordada le da forma a una de las características del barinés capitalino: lo diverso y multicolor, la identidad recabada en un espacio que son al mismo tiempo muchas identidades. Allí donde el visitante y el observador se confunden porque creen no encontrarle una clave nítida o única al misterio de la barinidad; allí, en ese asombro que nos rebasa porque lo barinés no puede resumirse en una sola palabra o característica, ahí mismo descubre uno que lo barinés es una portentosa mezcla del andino, el llanero, el citadino, el guate y hasta el colombiano de dos o tres regiones.
Así que no es para nada casual que uno de los hitos
más singulares del mercado se encuentre en el puesto llamado “Super batidos los
mil sabores”, popularizado por un emigrante de Mompox llamado Alvaro Oyaga. A
este humilde vendedor y comerciante le deben los barineses el desafío de una
bebida llamada “Paramuertos”, un coctel de frutas y otras sustancias acusado de
levantarles el ánimo a las personas.
El Oyaga que fundó el puesto e inventó la
combinación murió en 2012; poco después sus hijos ya estaban al frente del
negocio. El mayor de ellos, que también se llama Álvaro, cuenta que su padre
llegó a Venezuela en 1976, a los 28 de edad, y tras dedicarse a varios oficios
comenzó a atender los puestos de jugos de frutas de un caballero que poco a
poco le fue confiando las riendas del negocio. A la muerte de ese propietario
Oyaga pudo comprarle el puesto en el mercado a la señora viuda. Y entonces
comenzó la leyenda del Paramuertos.
El Paramuertos original era un compuesto extraño
pero bastante simple: el producto llamado “cerelac” con ojos de ganado. Con los
años la mezcla se fue enriqueciendo hasta llegar al Paramuertos actual: una
combinación explosiva de vino tinto, huevos de gallina y de codorniz; brandy,
ojo de ganado y zumos de borojó, lechoza y fresa. En un tiempo a todo esto le
agregaban también polvo de Caribe disecado (Caribe molido) pero el ingrediente no
es tan fácil de conseguir en grandes cantidades.
Los comederos del mercado también se han ganado su fama y su puesto en el imaginario gastronómico: a quien no ha ido allí a comerse un sancocho de caribe un domingo a las 7 de la mañana todavía le falta algo para decir con propiedad que se tuvo un encuentro con lo barinés profundo.
***
En su acepción más estricta, el mercado de La
Carolina consta de una enorme cúpula o arco en cuyo interior los puestos se
organizaron en sabrosa y caótica organización popular que lleva ya cuatro
décadas macerándose y recomponiéndose. Los vendedores más antiguos del lugar,
Gerónimo Gómez (“El Rey de la yuca”) y Argenis Suárez rememoran los tiempos en
que el mercado era una ranchería precaria, en la que sólo la nave central
estaba techada y el resto era bastante incómodo e insalubre para vendedores y
visitantes.
Con los años han
mejorado entonces las condiciones de este hervidero humano, que ya rebasa los
límites de la edificación y se extiende hacia los lados de la populosa zona. La
metáfora está servida: Barinas se parece a su mercado (y también al
Paramuertos) en la vocación multitudinaria y multifactorial, en su vocación de
permanencia y de evolución. Por lo tanto, visitar el mercado de La Carolina es
una de las maneras más eficaces de acercarse al pueblo barinés y comprenderlo
en su enorme complejidad.
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