Él no tiene la culpa de llamarse Werner Shulze (tampoco
decidió que su segundo apellido fuera un criollísimo Rangel) ni de haber nacido
un poquito (bastante) lejos de Calderas. El caso es que su oficio y su misión
son caldereños hasta la médula y eso lo convierte en uno más de los ciudadanos
de ese pueblo barinés de de montaña.
Werner tiene una torrefactora que presta un
invalorable servicio a los pequeños productores cafetaleros. En ella tuesta y
muele el café que luego los mismos productores van a distribuir en diferentes
zonas del país. “Este es el café más puro de Venezuela”, dice, celebrando el
mérito compartido con sus colegas y relacionados de la zona. “El café comercial
que uno encuentra en los expendios es en realidad una mezcla de café al 60 por
ciento, tal vez 80 en el mejor de los casos; el resto son residuos (tamo) de
café y distintos granos como arvejas, frijoles, quinchoncho. El café que
molemos aquí es 100 por ciento café. Yo personalmente, con los productores aquí
al lado viendo todo el proceso, me encargo de garantizar que nada se vaya
mezclado con el grano molido”.
Tiene además 4 hectáreas de su propiedad en la que también produce y cosecha, e
intenta que todos los procesos sean limpios y todo lo naturales que se pueda.
Al grano cosechado lo deja descomponerse de manera natural; es un proceso que
puede durar un mes, mientras el gusano consume la pulpa y deja limpia la
semilla. El proceso se puede acelerar con máquinas pero es más costoso, y
además se pierde la nobleza del ritual natural y ecológico de permitir que la
naturaleza haga el trabajo.
Este caballero conoce el terreno que pisa; sabe que
todo el eje Altamira de Cáceres-Calderas tiene las condiciones ideales para
producir el mejor café: un piso cafetalero de 800 a 1.200 metros sobre el nivel
del mar, sombra abundante. En estas condiciones es factible utilizar menor
abono químico y más abono orgánico que en otras zonas.
El tamo o residuo se usa como abono orgánico; “Yo
pudiera aprovecharlo para hacer trampa con la mezcla y pudiera obtener más
ganancias con esto: un kilo de desechos puede convertirse en 40 kilos de
ganancias y nadie o casi nadie se da cuenta de la diferencia entre un café
adulterado y uno sano, pero a mí me gusta jugarle limpio a la gente. Si yo
fuera tramposo por vocación sería mafioso, no cafetalero”.
Las máquinas con las que comenzó a trabajar Werner
Shulze las fabricó de manera artesanal un tecnólogo popular de Biscucuy de
apellido Mejías. Consta de un cilindro tostador, una criba de enfriamiento,
unos elevadores, una llenadora y las mesas de trabajo para empaquetar. En 2005
esa maquinaria costó 80 mil bolívares.
Ese año, Foncrei le otorgó un crédito para comprar
esa maquinaria y para iniciar operaciones con un pequeño capital de trabajo. En
promedio, en tiempos de cosecha, la torrefactora puede procesar 400 kilogramos
diarios.
Werner revela un dato que no parece estar muy
difundido en Venezuela: “El café ideal para colar en casa es ese donde se
sienten los granos. El que es puro polvo es mejor para preparar en esas
máquinas que trabajan con vapor de agua. Pero para colar en casa con agua
hirviendo es mejor el otro. A esa medida del tamaño del grano de café se le
llama granulometría”.
El hombre es una ametralladora de echar cuentos y revelar datos que otros pudieran considerar secretos o más o menos clandestinos. Y de paso no le mezquina el café a nadie mientras conversa. La mejor excusa para ir a visitarlo.